Educación
Por: William Ospina
UNA
COSA ES LA EDUCACIÓN Y OTRA es el sistema escolar. Por momentos coinciden, pero
la educación comienza mucho antes de la llegada de los niños a las aulas. Por
eso tiene tanto sentido la frase de Bernard Shaw: “Mi educación se vio
interrumpida con mi ingreso a la escuela”.
La
primera forma de enseñanza es el ejemplo, y lo más importante es la coherencia
entre lo que se dice y lo que se hace. Kafka veía con alarma que su padre les
prohibía a los hijos exactamente todo aquello que él se permitía hacer en la
mesa y en la vida, y de allí nació su crítica espantada a las arbitrariedades
de la patria potestad. Nuestros primeros educadores son padres, parientes,
amigos, gentes desconocidas en las calles, autoridades, gobernantes, medios de
comunicación.
A
menudo, cuando un niño llega a la escuela, los rasgos fundamentales de su
educación y acaso de su existencia ya están trazados. Y así como existen
influencias también existen vocaciones, aquello que en la fisiología y la
sensibilidad nos predispone a determinados temas y disciplinas. Por eso es tan
importante que desde la primera etapa de la vida se nos escuche y no sólo se
nos enseñe. Ver a un niño como un cántaro vacío que hay que llenar de cosas, de
información, de deberes y rigores, es olvidar que en cada instrumento existe ya
la pauta de un sonido, que hay maderos que contienen canoas y maderos que
contiene guitarras.
Un
buen maestro no es sólo quien sabe hablar sino sobre todo quien sabe escuchar,
el que descubre qué potro está encerrado en el bloque de mármol. Y por eso es
tan nociva la sobreexposición a los medios de comunicación, que siempre hablan
y nunca escuchan, y que sobre todo son incapaces de escuchar lo tácito, lo que
todos decimos sin hablar.
El
aprendizaje de nuestro propio valor, de nuestra propia dignidad, es lo primero.
Nunca llegará a saber nada el que no sabe de sus propios derechos y posibilidades.
Por eso la educación que tiraniza y que irrespeta, la educación que masifica,
es fuente de todos los fracasos y todas las violencias. Por ello la educación
no es simplemente la solución a los problemas de la sociedad: a veces es el
problema. Puede educarnos en la exclusión, en el racismo, en el clasismo, en
las manías de la estratificación social. Sólo cierto tipo de educación forma
realmente individuos y forma ciudadanos.
Es
ingenuo pretender que si el niño llega a la escuela ya hemos cumplido nuestros
deberes con él: también hay que preguntarse qué escuela es esa y en qué tipo de
sociedad está levantada. Acabo de leer el informe que una revista trae esta
semana, sobre niños muertos de miedo de tener que ir a la escuela, porque para
llegar tienen que atravesar entre las balas. El país es una gran escuela en la
que crecen las escuelas pequeñas, y si todo es un campo de guerra, donde la
única oferta de empleo para los muchachos es la violencia pagada por todos los
ejércitos, de poco sirve que en la escuela se alternen los discursos de Platón
y de Cristo.
Lo
primero que tenemos que aprender es a no hacer trampa, a respetar a los otros,
a respetarnos a nosotros mismos, a tener un sentido de comunidad, a apreciar el
valor del trabajo. Sentirnos pertenecer a una memoria, a un territorio, a un
sistema de valores. ¿Están nuestra sociedad y nuestra escuela formándonos en
esos principios? Que la gente haya tenido una costosa educación no significa
que sea bien educada: parte de la violencia que padecemos no es fruto de seres
iletrados; basta ver los foros de los periódicos para entender que hay gente
que escribe con odio y con violencia; uno de los mayores males de nuestras
sociedades, la corrupción, suele ser obra de gentes que lo han tenido todo,
incluidos títulos universitarios.
He
dicho que primero aprendemos por el ejemplo. En segundo lugar, creo que
aprendemos por el diálogo. Éste no sólo nos inicia en el conocimiento de que
existe una verdad, sino en la conciencia de que podemos interrogarla,
matizarla, atrever opiniones. El diálogo estimula la curiosidad y el deseo de
saber. Y allí podemos percibir la importancia de las artes en la formación de
nuestra sensibilidad, de nuestra honda humanidad. Enmanuel Kant dejó escrito
que la más importante de las artes es la conversación. Porque en ella
intervienen la memoria, la inteligencia, el carácter, la sensibilidad, el
conocimiento de los otros, la imaginación. En ese arte los amigos son nuestros
maestros, y los maestros son nuestros amigos.
En
tercer lugar está, por supuesto, la lectura. Los planes de alfabetización a
veces olvidan que la lectura supone por lo menos tres elementos: el
desciframiento, la comprensión y la crítica. Conozco personas que pueden
deletrear, descifrar un texto y que sin embargo no lo comprenden. Basta oír a
alguien leer en voz alta para saber si está comprendiendo lo que lee. Y cuando
hablo de comprensión hablo a la vez de entender un texto y de sentirlo.
Hay
personas que me han confesado que entienden un poema cuando lo leen, pero que
sólo lo sienten cuando escuchan a otra persona diciéndolo. Porque hay una carga
de emoción en los textos, y no sólo en los textos poéticos, un contenido de
belleza, de sentimiento, de pasión, de deleite o de maravilla, que va más allá
del mero entender, que exige la participación de las emociones, que está
gobernado por el ritmo y si se quiere por la música.
Finalmente,
la lectura verdadera tiene que ser capaz de crítica, de dialogar con el texto,
de atrever objeciones, de construir a partir de él opiniones propias, otras
alternativas, otros sentidos y desenlaces. ¿En qué parte de la educación formal
está incluida la formación de la sensibilidad y del criterio? Queremos una
educación que nos haga buenos profesionales y buenos operarios, pero sobre todo
necesitamos una que nos haga valientes ciudadanos, y lúcidos seres humanos.
¿Quién nos enseña a tener opiniones propias, serias, razonadas? ¿Quién nos
educa para no ser veletas bajo la manipulación de tantos poderes e intereses
que hoy controlan el mundo? ¿Cómo formar parte de una civilización y no de un
reducto de intereses o de un campamento de supervivencia? ¿Cómo pensar y vivir
en función del engrandecimiento de una sociedad y no de la defensa mezquina y a
veces suicida de un mero proyecto personal o gremial?
A
partir de cierto momento la educación sólo puede ser activa. Compartir
conocimientos, investigar, crear, hacer. La investigación, la experimentación y
el trabajo son altos instrumentos, pero sólo pueden servirnos si esa primera
educación que nos hace humanos y ciudadanos se ha cumplido con coherencia y con
profunda responsabilidad.
El
Espectador Septiembre 6 de 2009. (Leído en la clausura de Metas 2021, de la
Organización de Estados Iberoamericanos)
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