Rankingmanía:
PISA y los delirios de la razón jerárquica
Por. Pablo Gentili*
En efecto,
durante los últimos 50 años, las ciencias sociales han puesto de relevancia la
complejidad de los procesos educativos, la multiplicidad de variables,
dinámicas y tensiones que operan en el campo escolar, así como las dificultades
de generalizar políticas, programas y reformas que desconsideren las
especificidades que poseen los sistemas de educación en cada país o en cada
región.Aunque el haber ido a la escuela parece dotar a todos los individuos de
la capacidad necesaria para proponer una solución viable a la profunda crisis
educativa que estamos viviendo, el desarrollo de la investigación sobre las
instituciones escolares y la educación, han puesto de relevancia que opinar
sobre el asunto suele ser más complejo de lo que habitualmente suponemos.
También han puesto en evidencia que las generalizaciones y las recetas
milagrosas suelen ocultar más que mostrar las dimensiones involucradas en los
procesos de cambio educativo que atraviesan nuestros países. Entre tanto, cada
tres años, el mundo parece detenerse en la víspera de la publicación de los
resultados de una prueba que, milagrosamente, parece resumir los grandes
secretos del presente y del futuro de la educación.
El Programa para la Evaluación Internacional de los
Estudiantes, PISA, fue creado por la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, a mediados de los años 90 y, cada tres años, presenta un balance del
estado de los aprendizajes de los jóvenes entre 15 y 16 años en cerca de 70
países. PISA incluye una prueba en tres campos de conocimiento (matemática,
ciencias y lectura), además de una encuesta aplicada a alumnos y personal
escolar. Sus resultados son presentados como una especie de oráculo capaz de
diagnosticar el estado de los sistemas educativos a nivel global y los cambios
que ellos deberán enfrentar para estar a la altura de los desafíos que los
nuevos tiempos imponen.
PISA parece
haber logrado una verdadera hazaña ideológica: imponer como evidente y
necesaria la suposición de que los sistemas escolares de todos los países
pueden ser evaluados mediante la aplicación de una misma prueba aplicada a un
conjunto de estudiantes elegidos al azar. El razonamiento parece simple y
encuentra sus raíces en una concepción particular, y de forma alguna
“universal”, acerca del aprendizaje, la función de la escuela y el desarrollo
educativo. Se trata de replicar a nivel mundial lo que las escuelas hacen todos
los días con sus alumnos. La “prueba” suele ser el método habitual mediante el
cual los docentes observan el grado de aprendizajes alcanzados por sus alumnos.
Las pruebas casi siempre son corregidas en una escala numérica donde los que
obtienen las notas más altas son los “buenos“ alumnos y, los que obtienen las
más bajas, los “peores”. Así las cosas, sin demasiada imaginación, aunque con
una sorprendente eficacia política, la OCDE, ha implementado un sistema
internacional de evaluación que, indagando el grado de conocimientos adquiridos
en matemática, ciencia y lectura, en una muestra representativa de alumnos de
algo más de 60 países, puede determinar el grado de eficacia de cada sistema
educativo nacional, así como la jerarquía general o por campo de conocimiento
de las naciones involucradas. Los países con mejores notas tendrán un sistema
educativo mejor, los que obtienen peores calificaciones, un sistema
escolar peor.
Un ranking,
un simple ranking, puede mostrar el grado de desarrollo de cada sistema
educativo involucrado en la prueba, sus potencialidades y limitaciones.
La enorme
proliferación de ranking en el campo educativo puede hacer pensar que el modo
de organizar instituciones y países en un orden de jerarquía, productividad o
eficacia ha sido el procedimiento que siempre hemos utilizado y recomendado en
educación, por sus probados beneficios para mejorar o superar los problemas que
enfrentan los sistemas de escolares. Vale destacar que, aunque durante los
últimos 250 años siempre se ha afirmado que la educación está en crisis, sólo
muy recientemente se ha considerado que era posible evaluar, comparar y
organizar jerárquicamente los sistemas educativos a nivel mundial,
organizándolos en una lista de ganadores y perdedores similar
a la que muchos docentes construyen día a día en su sala de clase.
Se trata de
un cambio de perspectiva de la mayor importancia y, aunque sus bases sean
simplistas, reduccionistas y aberrantes en términos analíticos, no podemos
soslayar sus alcances: ¿cómo ha sido posible convencer al mundo que la
aplicación de una prueba a medio millón de jóvenes de diversos países nos puede
ofrecer un mapa, una radiografía, una imagen del estado de la educación en cada
una de nuestras naciones en términos particulares y del planeta de modo
general?
PISA parte
de tres supuestos que deben ser analizados y cuestionados:
1. Supone,
haciendo gala de un colonialismo pedagógico sin
precedentes, que es posible que un conjunto de especialistas puedan definir las
competencias fundamentales que son necesarias para enfrentar los retos y
desafíos de la supuesta “vida real”; esto es, la competitividad económica, las
demandas y necesidades de consumo, participación y bienestar. El presupuesto de
PISA es que existe un único mundo (no hace falta adivinar de qué color), un
única cultura, un único modelo de bienestar y una única forma de insertarse
productivamente en este mundo. Ese ideal de mano única puede y debe ser
sintetizado en un conjunto de competencias necesarias para transitar sin
tropiezos hacia esa meta a la que todos aspiran a llegar: el éxito económico.
Cuando en el mundo casi todas las religiones se acostumbraron a aceptar que la
diversidad religiosa era inevitable, PISA nos impone la monogamia
cognitiva más brutal y autoritaria. En la escuela hay que aprender
un conjunto de cosas que son fundamentales para cualquier persona en cualquier
lugar del planeta, tan fundamentales que es posible idear una prueba de alta
complejidad que pueda determinar el grado de dominio de esas competencias a
escala mundial, organizando un ranking de países en función del éxito o del
fracaso que experimentan sus alumnos en apropiarse de esos saberes. Los mejores
triunfarán, los peores fracasarán. Nuevas retóricas para viejas realidades.
2. Supone
que el grado de eficacia de una institución educativa y, por efecto aditivo, de
un sistema escolar, puede determinarse mediante una instantánea, una fotografía
tomada en un determinado momento de su trayectoria, la cual sintetiza en sus
trazos, todos los atributos e informaciones necesarias para juzgar la
productividad, eficacia e impacto de las acciones que en él se desarrollan. Un
instante capaz de reflejar el todo, mediante indicadores numéricos de
rendimiento. La prueba, en este sentido, posee una verdadera aspiración
mística: es la evidencia del milagro que la ciencia de la evaluación nos
ofrece. En algunas pocas horas, algo más de 500 mil jóvenes de todo el mundo
respondrán una encuesta y realizarán una prueba. Esos papeles garabateados
resumirán el grado de desarrollo de los sistemas educativos a nivel mundial y
generarán debates pasionales acerca del presente y el futuro de nuestros
países, derrumbarán ministros, harán entrar en la gloria del Olimpo pedagógico
a naciones inimaginadas, nos dirán quiénes podrán salvarse y quiénes estarán
condenados a la vergüenza del purgatorio.
3. Supone
que la evaluación de un sistema es requisito necesario y suficiente para
ofrecer la solución a los problemas que el sistema enfrenta. En suma, que
los resultados de las pruebas y los datos aportados por
la encuesta nos brindan los elementos necesarios para definir las
acciones correctivas que debemos aplicar para mejorar el
desempeño de nuestras instituciones escolares. Por otro lado, aunque suele
alertar sobre los riesgos del mal uso del ranking, la OCDE utiliza la jerarquía
en los resultados de rendimiento como un efecto pedagógico de demostración que
estimula la competencia, el deseo de mantener las posiciones alcanzadas y
superar los problemas puestos en evidencia. El ranking educa, forma, construye
un ethos, orienta, conduce.
Estos
supuestos constituyen los tres pilares de la razón jerárquica: el colonialismo
cultural y el idealismo pedagógico; la aberración
metodológica de la subordinación del todo a una parte: y, la naturaleza
normativa y prescriptiva de los resultados de una prueba artificialmente
estandarizada. PISA es un emblema de los extravíos y delirios a los que nos
somete la razón jerárquica en el campo educativo.
La patética
profusión de festejos y llantos, lecciones y quejas, promesas y humillaciones
que rodean la muy bien montada operación mediática de presentación de los
resultados de PISA es mucho más que un inventario anecdótico de sandeces. En
rigor, si Comenio, Rousseau y Dewey resucitaran, volverían a morirse por el
nivel de locura al que ha llegado nuestra pedagogía política y la política de
nuestra pedagogía. El mundo se inunda de especulaciones, relatos, alegatos,
narraciones ficcionales, sospechas infundadas, diagnósticos sobre diagnósticos
acerca del por qué, los asiáticos aprenden más y mejor que los occidentales.
Una verdadera estupidez que sólo debería quitarle el sueño a los burócratas de
la OCDE, pero se lo quitan a bastante más gente, entre quienes me incluyo.
En la edición 2012 de PISA, recientemente publicada, los chinos se llevaron todos los méritos, aunque
participaron con algunas ventajas. Por ejemplo, si bien casi todos los
encuestados fueron “países”, China lo hizo con Shangai, una de sus principales
ciudades. También con la ciudad de Taipei y los territorios de Hong Kong y
Macao, ocupando así cuatro de los seis primeros lugares.
España no
tuvo la suerte de China y participó como país. No cabe duda que los resultados
hubieran sido mejores si sólo hubiera competido con los barrios de Salamanca en
Madrid y Pedralbes en Barcelona. Como quiera que sea, el mal desempeño de la
Península sirvió para demostrar que la Ley Wert iba a mejorar o empeorar las
cosas, según quién contara la historia. No me une al verborrágico ministro Wert
ninguna relación de simpatía. Sin embargo, creo que de lo único que no puede
culpársele es del desempeño de los jóvenes españoles en las pruebas llevadas a
cabo por los tecnócratas de la OCDE. Tampoco, por cierto, puede atribuírsele
ningún mérito en las aparentes oportunidades de superación que promete brindar
su ley privatizadora y de ambiciones excluyentes. En lo único en que coinciden
buena parte de los análisis, es que el mal desempeño promedio de los jóvenes
españoles se debe a los inmigrantes. Esa gente que parece no haberse dado
cuenta que España está en crisis y se obstina en permanecer en el país,
teniendo hijos y nivelando hacia abajo el resultado de las pruebas. La
epistemología pedagógica franquista parece persistir al tiempo, llevando a
algunos a suponer que si los españoles fueran puros, tendrían el
desempeño cognitivo de los habitantes de Shangai en las pruebas de matemática.
PISA parece evaluar, pero, lo que en realidad hace, es recomendar
caminos para resolver problemas.
Por otro
lado, aunque nos pasamos los últimos diez años estudiando el "milagro
educativo finlandés", acabamos descubriendo que era mejor ser vietnamita
que nórdico. El derrumbe de Finlandia ha puesto la nación en jaque. Como si no
faltaran motivos para deprimirse en invierno, los finlandeses deberán abocarse
ahora a saber por qué perdieron la pole position ante unos
orientales más inspirados en Milton Friedman que en Mao Tsé-Tung. Por nuestra
parte, deberemos abocarnos a estudiar el milagro chino o vietnamita, pasando de
la gélida eficacia nórdica al sombrío deslumbramiento pos-socialista.
Hasta hace pocos días, todos los que aspiraban a tener un buen sistema educativo
querían ser como los finlandeses. Veremos si ahora todos quieren ser chinos o
vietnamitas.
Mao Tse-Tung
y Ho Chi Minh, con niños chinos, algunos años más tarde, exitosos en PISA.
Los
resultados de PISA deparan sorpresas agradables como, por ejemplo, descubrir la
existencia de Latvia, un país que nunca ha jugado la Copa Mundial de Futbol,
pero cuyos jóvenes saben más matemática, ciencias y lectura que los noruegos,
italianos, españoles, rusos, norteamericanos, suecos e israelíes. Deberemos
investigar dónde queda Latvia y qué “milagro educativo” realizan en sus
escuelas esos ignotos seres humanos. Si llegáramos a descubrir que los latvios
son de baja estatura, quizás podríamos desarrollar una tesis sobre la relación
inversamente proporcional entre la altura corporal y el buen desarrollo
cognitivo de las étnias más avanzadas del universo frente a los desafíos del
siglo XXI.
Pronto
seremos inundados por artículos que prometerán contarnos qué ocurre en las
escuelas de Macao, Taipei. Hanoi o Riga, capital de Latvia, y cómo debemos
imitarlas para hacer de los nuestros, centros educativos eficaces.
Latinoamérica
se ha afirmado, ya en la quinta edición de
Los delirios
de la razón jerárquica producen daños cerebrales profundos. Obligados a
justificar por qué están donde están, los ministerios de educación de todos los
países, naturalmente, menos el de China, y quizás el de Latvia, tratan de
explicar por qué les ha ido tan mal y prometen mejorar en la próxima prueba.
Habrá que esperar tres años.
Como quiera
que sea, lo que nunca se cuestiona es la propia prueba PISA. Un
invento ideológico de enorme valor disciplinario y normativo. Un dispositivo
del nuevo orden mundial de la educación. Una victoria de los poderosos. Una
derrota de los que soñamos con un mundo más libre, una educación más justa, una
sociedad más humana.
Deshacernos de PISA permitirá
avanzar en la lucha contra los delirios de la razón jerárquica, contra los
ranking que nos modelan, contra los tecnócratas que, al describirnos, nos
inventan.
*Desde Brasilia, 09 de Diciembre de 2013
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