La voz de los maestros
Por: Reinaldo
Spitaletta
Maestro es quien enseña a dudar. Y más todavía: es
capaz de alejar al otro de la domesticación, lo torna escéptico, una manera de
ir llegando a las alturas del conocimiento. Puede ser también, por qué no, el
que da pistas de lo que es desobedecer en el sentido social, filosófico, el que
no traga entero. Es quien sintoniza al discípulo con el universo; o, al menos,
proporciona herramientas pedagógicas para tales efectos.
A lo Sócrates, el maestro es un partero. O, a lo
Fernando González: “el que conduce a los otros por sus respectivos caminos
hacia sus originales fuentes. Nadie puede enseñar; el hombre llega a la
sabiduría por el sendero de su propio dolor” (Los negroides). También es
aquel que aspira al silencio. “Conocer es unificarse con el universo” (El
maestro de escuela).
Destruir al maestro (cambiar su imagen de autoridad
por una de brujo, de invocador de sabidurías) puede ser la meta del aprendiz,
del que es sujeto de los ejercicios del docente. Mientras tanto, el maestro
está ahí para problematizar el mundo, para dar pautas sobre el criterio. Y
sobre el carácter. Un ser necesario en la formación de ciudadanos, con derechos
y deberes, que sean analíticos y no sean aptos para el rebaño ni para la servidumbre
(voluntaria o involuntaria).
Ser maestro en Colombia, uno de los países más
inequitativos del orbe, es estar sometido al desprecio oficial, a los desdenes
del gobierno frente al papel de la educación en las transformaciones sociales y
mentales del pueblo. Para los entibadores del sistema, el maestro debe ser un
mequetrefe, alguien que no esté por transmitir pensamientos útiles para el
despertar de la conciencia (cualquier cosa que esto signifique) y la dignidad.
Para los heraldos y paniaguados del gobierno (de este
y de los anteriores), el maestro debe ser sumiso, practicar la resignación,
nada de cuestionamientos al régimen. Una oveja dispuesta a todos los pastoreos.
Un dócil ante los maltratos y un indiferente ante las injusticias. Ese parece
ser el perfil del “buen magisterio”: poca ciencia, poca apertura de
pensamiento. Según los dueños del poder, el maestro que se requiere es el que
se doblega. El que no protesta ni defiende sus derechos.
Hace algunos años, el científico Rodolfo Llinás decía
que en Colombia “los maestros son personas que no son tan respetadas como
deberían ser. Es decir, en el resto del mundo un maestro de escuela es una
persona importante, que les está enseñando a nuestros hijos a pensar; en
Colombia es como si los maestros fueran simplemente cuidadores de niños”. Y tal
irrespeto comienza en las esferas gubernamentales.
Hoy, cuando los maestros colombianos adelantan un paro
en defensa de sus reivindicaciones, el régimen les contesta con el Esmad, como
sucedió en Bogotá ante una marcha de profesores, atacada por destacamentos
policiales. O les responde, así no más, que no hay fondos para resolver las
aspiraciones salariales. Qué país triste (o miserable) aquel que no respeta a
sus educadores; qué gobierno déspota aquel que, en vez de mejorar las
condiciones de la educación pública, se burla de las luchas magisteriales.
Las demostraciones (pacíficas, por lo demás) de los
maestros hacen parte de las de otros sectores del pueblo colombiano, agobiados
por reformas tributarias, desempleo, miserias a granel y todas las desventuras
que produce un sistema inequitativo como el de Colombia. El descontento se
acrecienta en el país y puede ser el germen de próximos paros cívicos y
jornadas de protesta de amplios conglomerados.
¿Al gobierno le interesará la educación pública, su
calidad, su cobertura? ¿Le importará la suerte de los maestros, muchos de ellos
sometidos a la tortura de sueldos paupérrimos? Algunas de las peticiones del
magisterio al gobierno tienen que ver con la defensa de la educación pública y
el aumento de las fuentes de financiación de la misma. Otras, con las
condiciones laborales, la salud, los reajustes salariales. Nada del otro mundo.
Según la actitud oficial exhibida hasta ahora, todo
parece indicar que la educación en Colombia es un rubro de tercera o cuarta
categoría; que los maestros dan la impresión al gobierno de ser una carga
onerosa y no un colectivo necesario para el desarrollo integral de los
colombianos. “No tenemos los recursos para darles lo que piden”, dijo el presidente
Santos.
Ojalá los maestros colombianos continúen con su lucha
y alcancen sus objetivos. La desobediencia civil es otra manera de la
educación.
El Espectador, 13 Jun 2017

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