El maestro: su misión
Por. SIMÓN VARGAS AGUILAR
En los años recientes
hemos sido testigos de cómo la violencia, la corrupción, la discriminación, la
injusticia, la intolerancia, el cinismo, la deshonestidad o la envidia se han
ido apoderando de la sociedad y de los espacios que compartimos; cada día
hombres y mujeres atentamos contra nuestra dignidad humana, contra los valores
y principios que deberíamos defender.
Sin embargo, aunque
nos asombramos ante lo que observamos en los noticiarios o leemos en los
periódicos y revistas, no somos capaces de ahondar, analizar y debatir sobre
las razones que han propiciado la pérdida de valores en la sociedad.
Únicamente nos
preguntamos atónitos: ¿acaso los padres, los docentes, las condiciones
económicas, la ruptura del tejido social, las adicciones, la falta de
oportunidades o la pobreza son los culpables de esta situación?
Y es que no reparamos
en que ningún otro profesional impacta como el maestro en la sociedad ya que él
es el encargado de moldear el recurso más valioso de un país: sus niños y sus
jóvenes. El maestro tiene la labor de inculcar valores, principios, espíritu de
lucha y carácter en las nuevas generaciones; ellos son quienes cimientan a la
persona del mañana, quienes inculcan la base sobre la que se erigirá el destino
del país; por eso, resulta trascendental formar buenos maestros, que
independientemente de transmitir conocimientos, prediquen con el ejemplo.
Por ello, la
educación continúa siendo el pilar del sistema social, político y económico de
una nación, ya que los maestros son los guías y la clave de un mejor futuro
para todos, dado que al transmitir los valores universales contribuyen a que
los alumnos lleguen a ser ciudadanos del mundo en el siglo XXI.
En la antigua Grecia
la figura del maestro representaba la formación espiritual y moral de la niñez
y de la juventud; para ellos, el maestro era quien formaba el carácter del
discípulo y velaba por el desarrollo de su integridad moral, orientada a la
formación del alma y al cultivo de los valores éticos y patrióticos.
Aristóteles afirmaba
que las virtudes morales se desarrollaban con el hábito, ya que no las poseemos
por naturaleza, las adquirimos ejercitándolas.
La labor del maestro
no pude limitarse a la enseñanza de la lectura, la escritura, las matemáticas o
las ciencias, sino que debe fomentar aptitudes como la empatía, la comunicación
interpersonal, la curiosidad y la confianza, mismas que facilitan la
comprensión, la tolerancia y la solidaridad.
Educar en valores es
una misión irrenunciable; en consecuencia –como lo señala el académico
colombiano Fernando Vázquez Rodríguez en su obra Oficio de maestro–, es
necesario reflexionar sobre la labor educativa que realizan los docentes,
quienes en virtud de su misión cultivan con asiduo cuidado las facultades
intelectuales de sus alumnos, desarrollan la capacidad del juicio, promueven el
sentido de los valores, preparan para la vida profesional y contribuyen a la
comprensión mutua.
El liderazgo de los
maestros debe caracterizarse por el amor y el respeto a la vida, eje del
crecimiento espiritual, así como por la lucha contra la codicia, el odio, la
mentira, la traición, la manipulación, el abuso, la deshonestidad y el fraude,
esto con miras a incrementar la capacidad de servicio y el pensamiento crítico
de los estudiantes.
Jacques Delors,
presidente de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI de
la Unesco, explica que el educador debe estimular el aprender a conocer, con la
finalidad de que los jóvenes comprendan el mundo que los rodea para vivir con
dignidad y desarrolle las habilidades para comunicarse; aprender a hacer, para
mostrarles cómo poner en práctica sus conocimientos; aprender a vivir juntos,
por medio del entendimiento del otro, respetando la diversidad; y aprender a
ser, para contribuir al desarrollo integral de cada persona: cuerpo y mente,
inteligencia, sensibilidad, responsabilidad y espiritualidad.
Pero vale la pena
preguntarnos si todos los maestros de México educan con el ejemplo y no sólo
mediante los discursos y las palabras, que conllevan engaños y manipulación,
porque ante la violenta realidad que vivimos urge que contemos con maestros que
se erijan sobre un modelo de virtudes universales.
Es tiempo de que nos
demos cuenta de que nada puede remplazar a un buen maestro, por ello es
necesaria una sólida capacitación y un apoyo permanente, a fin de mejorar su
desempeño y los resultados del aprendizaje en los alumnos, así como emprender
acciones dirigidas hacia la reconstrucción del tejido social, ya que los maestros
son mediadores entre la sociedad y el individuo.
Hoy la principal
asignatura de los docentes debe ser brindar los conocimientos necesarios para
que el educando descubra las herramientas y los principios que le permitan
construir un mundo más justo, equitativo y tolerante.
México. La Jornada
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